Daniel García plantea sus dibujos y pinturas como procesos invariablemente relacionados con el tiempo y la supervivencia. En sus trabajos conjuga una tensión entre la certeza de lo perecedero y la resistencia de la memoria.
"Tal es el sentido de la palabra Nachleben, ese término del «vivir-después»: un ser del pasado no termina de sobrevivir.
En un momento dado su retorno a nuestra memoria se convierte en la urgencia misma, la urgencia anacrónica de lo que Nietzsche llamó lo inactual o lo intempestivo"
Georges Didi-Huberman
Lo que perdura
Por Rubén Chababo
Alguna vez Daniel García confesó, "me gusta pintar lo que no se puede olvidar". Acaso en esa breve frase anide uno de los tantos sentidos que su obra provoca: el intento por aferrar, mediante trazos y texturas, algo del enigma del mundo en que vivimos, un modo de ratificar con su pulso de artista la fuerza con que lo real talla su impacto en la memoria.
Las obras aquí expuestas están ahora diseminadas en un espacio que en el pasado fue marcado por lo ominoso de la Historia. Las obras no fueron concebidas en él, sino que lo visitan, y con ellas vienen rostros enigmáticos parecidos a los que guardan el alma entre sudarios, dentaduras frías que a nadie pertenecen, rostros intervenidos por tajos que evocan a Fontana, camillas que pueden ser vistas como una cartografía de los múltiples despojos con que el siglo pasado asoló nuestro mundo.
Si García dibuja y pinta lo que no puede olvidar, es acaso porque esos recuerdos lo obseden al punto de necesitar conjurarlos en la tela, actualizando en tiempo presente aquello que ocupa de manera intangible esa materia siempre errática, volátil e inaprensible llamada memoria.
Ninguna de estas obras dice lo mismo aquí que lo que podría decir allí. En este aquí, que no es el de los museos tradicionales ni el de las galerías de arte, sus lienzos parecen resignificarse al entrar en diálogo con el espacio amplio y vacío que los cobija. No hay nada en este sitio que alguna vez cobijó cuerpos, no hay ni sombra ni aliento de los cuerpos y las voces que lo habitaron, ni siquiera una mínima huella, pura atmósfera atrapada entre cemento y piedra en la que el pasado se ha invisibilizado, filtrándose a través de estos lienzos, como si ellos fueran ventanas por las que el pretérito nos anuncia la fuerza inextinguible de su permanencia.
Trabajados como palimpsesto, capa sobre capa, García dibuja y pinta sobre la tela hasta encontrar la densidad que a cada imagen le corresponde, como si cada uno de esos objetos, rostros o íconos con los que va poblando las superficies le reclamara "ser traído" al mundo de lo visible desde un pasado que solo el artista sabe dónde está alojado. Sutil trabajo de exhumación visual en el que la superficie de la tela muestra las heridas y las marcas de ese fatigoso proceso de búsqueda. Por eso tantas obras suyas se parecen a sudarios en los que se reflejan las formas antiguas que alguna vez tuvo el mundo. No vemos allí los objetos o las imágenes tal cual eran, sino tal cual han llegado a este presente mediatizadas por la mano del artista, un presente que nunca es definitivo porque al observar las superficies uno siente estar asistiendo a un proceso permanente de desgaste, como si lo que allí está representado anunciara siempre una despedida inminente, un irse más allá de la tela en busca de una nueva invisibilización. Las imágenes parecen venir del pasado para nuevamente regresar a él o a un territorio que desconocemos.
Las obras de Daniel García son poderosamente melancólicas, hablan de lo que perdura como destello en la pátina sensible de la memoria y de lo que a su vez ya no será como alguna vez fue y que solo es posible de atrapar en tiempo presente mediante el esfuerzo de trabajar la tela hasta encontrar lo que debajo de ella se oculta.
John Berger dice que las imágenes son algo más que una manifestación del universo que habitamos, son su testimonio, sí, y al mismo tiempo su interrogación, son una afirmación de lo que hemos visto alguna vez en la vida, pero también parte de nuestra imaginación.
Daniel García trabaja en ese límite indeciso que separa lo real de lo imaginario.
Hubo una vez un cuerpo, hubo un rostro, una piedra, un párpado insomne, un ojo que miraba. Todo eso está allí, viniendo hacia nosotros.
Y nosotros de pie, frente a la tela, siendo testigos de lo que llega hasta casi tocar nuestra piel, para anunciar su próxima evaporación.