"Durante años, alguien guarda objetos, cosas que el tiempo erosiona hasta dejar en ellas una marca que no es bella ni elocuente: apenas la forma de “resto” que puede hacer de cada una un amuleto pero sobre todo una realidad extraña a sí misma. Un día, ese alguien empieza a separar algunas de las cosas, a segregarlas del amontonamiento, señalándolas mediante recortes y alteraciones mínimas. Las reúne y organiza, y asiste a raros encuentros, como el del paraguas y la máquina de coser, aunque menos connotados.
Mezclados y evidenciados ahora como fragmentos de origen diverso, los materiales entablan una relación incierta con toda referencia. Algunos aparecen contenidos en teatrinos; otros, colgados, suspendidos como en un limbo. La obra de Carlos Herrera se pregunta por el cuerpo. ¿Qué es un cuerpo? ¿Y qué queda de su paso, con el tiempo?
Investiga los materiales que lo rodean y contienen (sus texturas, paletas, propiedades), y lo sigue en su destino de ausencia y transformación. ¿Y las cosas? ¿No son ellas también cuerpos? En Ingrávido, esta indagación se vuelve hermética al centrarse en objetos del mundo privado del artista, prescindiendo sin embargo de todo trazo narrativo. Como si el procedimiento experimentara, en la línea de la vanguardia como deixis o escuela de la percepción, una extrema adherencia con lo invisible de la acción del tiempo, la intervención del artista tiende a lo mínimo, a borrarse a sí misma. En obras de carácter limítrofe, parece acompañar o asistir al mero devenir de los objetos, aunque se trata, en rigor, de un montaje para proponer una mirada.
Hay quienes gustan de imaginar qué será del mundo cuando gran parte de lo que conocemos en el estado actual de la civilización (herramientas, lenguajes, paisajes), haya quedado reducido a ruinas, restos y piezas aisladas. Cuando todo lo que nos es familiar, de algún modo, sea un objeto de museo. En estas obras de Herrera, suerte de colección enigmática de vanitas, ese momento parece estar sucediendo ahora."
Gerardo Jorge